miércoles, 11 de julio de 2012

Señalización del Ingenio Ledesma


La marca indeleble del mal

“Aquí se cometieron crímenes de lesa humanidad durante el terrorismo de Estado.” La planta de Pedro Blaquier es presentada desde ayer con ese cartel.

 Por Alejandra Dandan

Desde Libertador General San Martín

En el camino, alguien habló de la leyenda. Aquello de que frente a la casa de Pedro Blaquier está “el Familiar”. En algunas historias, un perro sin cabeza que tiene cadenas y sale a buscar a un empleado del Ingenio cuando empieza o termina la zafra, para entregárselo al diablo y asegurar buenos resultados en la próxima cosecha. Con esa imagen del diablo todavía acechando, a la entrada del pueblo donde viven los hombres poderosos del ingenio Ledesma y donde comienza el polo de la fábrica, en esa frontera ubicada sobre la Ruta 34, se colocó finalmente un enorme cartel como los que marcan en todo el país los sitios asociados a la dictadura, como un conjuro contra los males que siguen vigentes.

“Ingenio Ledesma –se lee–: Aquí se cometieron crímenes de lesa humanidad durante el terrorismo de Estado.” Abajo, en ese monumento de dos metros de alto por tres de ancho que ahora quedó establecido en la ruta como nombre de un nuevo paisaje, los sellos del gobierno nacional y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación construyeron el contexto de lo que aparece así como política de Estado. Entre los párrafos y leyendas, en medio del mensaje, los relatos de los “detenidos ilegales, obreros, ex trabajadores y delegados sindicales”, con “sus familias y militantes políticos y sociales” que durante años se transmitieron de boca en boca intentando demostrar lo que era cierto, quedaron escritos. Y se los sitúa como quienes “reclamaban por sus derechos laborales ante la empresa”.

Entre batucadas, trompetas de la Tupac Amaru, las banderas de La Cámpora y miles de cantos ensayados en los micros de los que viajaron desde Buenos Aires, la ceremonia tomó el tono de una fiesta. Cuando los cantos hablaban de lo que sucedió entre Ledesma y el pueblo de Calilegua, o repetían el como “...a los nazis” pero en clave de Ledesma, las voces de los sobrevivientes, de los ex detenidos políticos, de las hermanas de los desaparecidos se sucedieron en el escenario improvisado en la ruta. Hablaron dirigentes nacionales y representantes de los organismos de derechos humanos de todo el país. “Creemos que esto no es un simple cartel colgado al costado de un camino”, dijo Horacio Pietragalla, nieto recuperado, diputado nacional, uno de los impulsores de lo que hasta hace dos meses ni siquiera existía como proyecto y hace años ni siquiera como posibilidad. “Este es un cartel que estamos colocando en la entrada de la impunidad –dijo–. Es un cartel que dice que el Ejecutivo por intermedio de la Secretaría de Derechos Humanos, que dice que las organizaciones sociales, que los organismos de derechos humanos, estamos diciendo que Ledesma fue cómplice de la dictadura militar que nos tocó sufrir a todos los argentinos.”

Allí mismo, uno de los ex detenidos tomó la palabra. Ernesto Samán pertenece a la asociación de ex detenidos, desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado de la regional Ledesma y es uno de los ex obreros de Ledesma. “En esta zona, como vienen diciendo, la represión empezó en el año ’74 con la detención de Donato Guernica, creador del sindicato de Calilegua, la detención de los hermanos Díaz y otros compañeros”, recordó. “Les hablo porque a mí también me han sacado de la fábrica: a estos que dicen que no tienen nada que ver, el 24 de junio, siendo un trabajador, un empleado del departamento de Abastecimiento, dentro de la fábrica, mi jefe, a las 10 de la mañana, me dice: ‘Samán, retírese: tiene que ir a la oficina de personal porque ahí quieren hablar con usted’.”

Samán, que estudiaba en Tucumán y volvía a pasar algunas temporadas en el pueblo, encontró entre los que llegaron de todo el país, La Turca Reneé Ahualli de Tucumán y Miriam, la madre de Sebastián Bordón, parte del grupo que sigue llevando adelante cada mes de julio las marchas del Apagón, desde la muerte de Olga Arédez. Miriam llegó con una foto de Sebastián en el pecho y la de Olga colgada en los brazos. “Soy la investigada”, se presentó porque volvía a Ledesma, el lugar en el que ahora sabe que un grupo del ingenio la espió durante los preparativos del Apagón de 2005. Alrededor estuvieron Taty Almeida, en representación de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora y Lita Boitano, de Familiares y ex detenidos políticos.

La tarea de señalización llevó buena parte del día. Se instalaron cuatro placas en los lugares más simbólicos de la represión: la comisaría 41 de Calilegua, donde se produjo el mayor número de detenidos el 20 de julio de 1976 y la razón por la que, según quedó dicho en el escrito, se conoce a esa noche como la Noche del Apagón.

“Durante varios meses, cortes intencionales de luz dejaron a oscuras en forma intermitente a las localidades de Calilegua, Libertador y El Talar –dice el cartel–, a fin de allanar, en medio de un clima de terror, el accionar de las fuerzas conjuntas del Ejército, la Gendarmería, las policías Federal y provincial, que secuestraron de sus viviendas y dentro del mismo Ingenio a 400 personas, la mayor parte el 20 de julio de 1976, durante la denominada Noche del Apagón”.

También se señalizó la comisaría 24 y la sede de Gendarmería de Ledesma, los dos edificios ubicados uno al lado del otro, a algunos kilómetros de ahí, ya en Libertador General San Martín, el territorio de la planta.

La peregrinación

El tránsito de uno a otro lugar tomó la forma de una peregrinación religiosa. Mientras cada uno ocupaba su espacio, las banderas e inscripciones de HIJOS con los carteles de genocidas marcaron en el primer tramo del día la fachada de la primera comisaría. Por ahí estaba la hermana anciana del dirigente minero Avelino Bazán, Rosa Dina, que se puso abajo del arco de entrada con la imagen de su hermano. “A pesar de que la verdad la sé –dijo–, yo quiero saber dónde está su cuerpo, dónde lo tienen, dónde lo enterraron, eso es lo que quiero saber.”

Entre las sonorísimas batucadas de los tupaqueros y las banderas, Carolina Luna, una de las chicas de La Cámpora del mismo barrio de Ledesma decía que había estado haciendo un documental y que había trabajado con recortes de diarios de la época. El 28 de julio de 1974, dijo, Blaquier denunció “una escalada izquierdista en la zona” y pidió ayuda al gobierno nacional. El 28 de agosto de ese año, un mes más tarde, se llevaron a Guillermo Díaz, uno de los primeros caídos.

Tres mujeres hablaron en ese escenario montado en medio de la comisaría, que parecía vacía. Los policías ni siquiera salieron. Judith Said, de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, estableció en ese comienzo el sentido de las marcas. “Marcar estos lugares donde fueron trasladados los compañeros quiere decir, nos permite decir, que en estos nueve años estamos consiguiendo lo que buscamos –dijo–: que la sociedad supiera que estos crímenes tuvieron la complicidad o la participación de estos lugares para que fueran posibles.”

Antes y después hablaron dos ex detenidas políticas. Lita Córdoba denunció que los detenidos y desaparecidos de Calilegua fueron sacados en trailer de la empresa. Hermana de un desaparecido y con los ojos en lágrimas se sacó del medio del cuerpo la denuncia de su propia violación. “Hoy es un día muy especial porque la justicia del hombre y la de Dios están llegando”, dijo. “Yo fui violada: miren lo que hicieron conmigo, me llevaron, me arrestaron, por eso yo voy a seguir en esta lucha, el tiempo que haga falta.” Con el estallido de bombos en frente, con ese modo de prestarle el cuerpo, la marea respondió: “Como a los nazis les va a pasar / hasta Ledesma los iremos a buscar”. Lita todavía siguió, como quien habla con la mirada entrenada: “Algunos hombres de Blaquier están acá disfrazados: de traje o de mendigos, pero no les tengo miedo”, explicó.

Enseguida, porque las palabras de cada una de ellas importa y porque en estas mismas calles cuando pasan los trailers de la empresa todavía hay quienes tiemblan pensando que son puestos de vigía, el micrófono pasó a Hilda Figueroa, detenida en esa misma comisaría cuando se la llevaron el 20 de julio de 1976, cuando era una estudiante. “Las señalizaciones van a permitir que todos nosotros, no solamente las víctimas directas, sino todo el pueblo, vamos a saber o hablar y dejar el silencio de décadas por el terrorismo de Estado, porque la política empresarial del silencio –que usó a las Fuerzas Armadas genocidas para llenarse los bolsillos de riqueza–, ya se terminó.”

En Ledesma, frente al polo, la marcha volvió a concentrarse hacia la una de la tarde para hacer la marcación principal. Estaba el intendente de Libertador General San Martín, Jorge Ale. Después de Franco Vitali del programa Memoria en Movimiento, de Nación, entonces Milagro Sala habló de la voz y del poder del diablo. “Sabemos que somos claros cuando decimos quién es Blaquier”, dijo ella. “A nosotros que no nos vengan a chamuyar y nos digan que el diablo nos va a llevar, que el Familiar nos va a llevar, porque tenemos claro que el único Familiar que existe acá, en Ledesma, es Blaquier y no es otro que él porque él contamina, porque él roba, porque él mata a la gente.”

A pocas cuadras de ahí, el empresario remodela su casa de La Rosadita. Es una réplica pomposa de la Casa Rosada. Hace meses construye un muro a toda velocidad.

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