sábado, 22 de septiembre de 2012

Un testigo reconoció a sus secuestradores en las oficinas del Ingenio Ledesma

Jujuy al día® – El Tribunal Oral Federal de Jujuy escuchó el relato de un testigo y a la vez víctima del terrorismo de Estado durante la dictadura, quien dijo que a dos de sus secuestradores los volvió a encontrar en la oficina de personal del Ingenio Ledesma -donde trabajaba como empleado de abastecimiento-, y uno de ellos, intimidándolo, le hizo ver un arma de fuego que portaba en la cintura.

Ernesto Reinaldo Samán, declaró ayer en la audiencia del juicio por delitos de lesa humanidad, donde están imputados tres ex militares acusados de secuestros, torturas y homicidios durante la dictadura: Orlando Vargas, director del Penal de Jujuy, y los represores Mariano Braga y Eduardo Bulgheroni, ambos de inteligencia del Área 323.

Relató Samán que luego de una semana en la Central de Policía de Jujuy tras haber pasado por la comisaría de Ledesma, secuestrado por “dos hombres de traje negro el 24 de junio de 1976″, y luego de “recobrar la libertad en una semana”, volvió a la fábrica y se presentó.

Por equivocación, relató, entró a la oficina de personal y “ahí estaba el jefe de personal, Peverelli, y me dice qué hace aquí Samán; estaba con los dos hombres que me habían secuestrado de la puerta de la fábrica”.

El 21 de julio de 1976, el día siguiente del comienzo de la Noche del Apagón, operativo de grupos de tareas que duró una semana, acudió a la comisaria seccional 24, y quedó detenido “a cargo de los militares”.

De Ledesma, Samán fue traído a la central policial de Jujuy y por primera vez escucha el nombre del represor Braga, siendo trasladado al Centro Clandestino de Detención de Guerrero, donde lo torturaron junto a otros detenidos de Ledesma y Calilegua.

No sólo escuchó en el lugar llanto de mujeres que eran abusadas sexualmente sino también el de un detenido de apellido Córdoba, del que dijeron “mirá como habla”, y “lo violaron”.

Tras 13 días de torturas lo llevaron al Penal de Gorriti en donde el obispo JoséMiguel Medinaquiso confesarlo, pero se negó porque lo había reconocido en Guerrero. El 7 de octubre del 76 fue llevado a la unidad penal de la Plata donde fue torturado.

Samán de La Plata es trasladado a Sierra Chica, donde fue “rehén, junto con otros detenidos por si le pasaba algo a algún jefe militar”, siendo liberado el 8 de abril de 1978.

A su regreso a Libertador lo convocaron del cuartel RIM 20, donde lo recibió el represor Eduardo Bulgheroni, quien le dijo que no se aflija porque “ya hablamos con Ledesma”, por el trabajo, pero lo invitaba a “colaborar” con la represión haciendo de “informante”.

Desechó el segundo ofrecimiento, volviendo al ingenio, y de personal calificado fue destinado a tareas de limpieza.

En la jornada de hoy también declaró Julio Moisés, actual intendente de Sa nPedro de Jujuy, quien fue detenido el 24 de marzo de 1976 y liberado el 23 de diciembre del mismo año, desde la jefatura de policía, tras haber pasado por el Penal de Gorriti.

Moisés dijo que la cabeza de la represión en Jujuy fue “Bulacios, Jones Tamayo, y que Dios me perdone si no es cierto, el obispo Medina”. Moisés relató que no fue torturado.

Durante su cautiverio fue llevado varias veces ala Policía Federal para ser interrogado, a veces dentro del Penal donde a veces estaba Jones, dando cuenta de la presencia de Vargas, Bulgheroni y el mayor Arenas, por aquel entonces Jefe de la Policía.

“Todos los hombres de las fuerzas armadas de Jujuy estuvieron comprometidos con el terrorismo de Estado”, aseguró, y sobre los sacerdotes que se desempeñaban en la provincia dijo que “eran peores que los militares en ese entonces”.

El jefe comunal relató que el día que los iban a liberar lo trasladaron “desde el Penal a la central, junto con el dirigente sindical Calapeña, Jorge Weis y Petrignani”, y precisó que los dos últimos “quedaron ahí y están desaparecidos” hasta hoy.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Jorge Isaac Ripoll del Pino: Represor detenido

El capitán retirado Jorge Isaac Ripoll del Pino, segundo en jerarquía en el área militar 323 durante la última dictadura, quedó detenido ayer luego de abstenerse de testimoniar ante el juez federal subrogante de Jujuy, Fernando Poviña. 

El militar se desempeñó como secretario del jefe del Area 323, coronel Néstor Bulacios, interventor militar de la provincia tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y de quien dependía la vida de los detenidos.

 Ariel Ruarte, querellante por la familia del desa-parecido Luis Arédez, manifestó  que Ripoll del Pino era el segundo en la línea de mando después de Bulacios y le seguían los tenientes Mariano Braga y Eduardo Bulgheroni. 

Ambos integraban el área inteligencia y fueron mencionados por la mayor parte de los testigos del juicio oral como partícipes en secuestros y torturas.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Cruentos testimonios en las audiencias de los juicios por violaciones a los derechos humanos

Los rostros de dos de los desaparecidos.
Este viernes, en la audiencia Nº 18 del juicio por delitos de lesa humanidad, comparecieron ante el Tribunal Oral Federal, testigos correspondientes a las causas Aredez y otros, Galeán y otros y Aragón y otros. Una de los revelaciones más conmocionantes de la jornada fue realizada por la prima de Olga Márquez Aredez. Nelly Márquez señaló que un hombre apodado “El turco” le relató en el 2004 -durante un encuentro en Libertador- que a Luis Aredez “lo levantaron en una camioneta de Ledesma, lo llevaron atrás del Ingenio, cerca de unos cañaverales, lo hicieron arrodillar y le dieron dos tiros en la nuca. Yo creo que lo enterraron vivo, ahí mismo”. Es la primera vez que durante el juicio aparecen datos referidos al destino final de Aredez.

También durante la jornada declararon Patricio Vidal Lazarte, una víctima sobreviviente de la causa Aragón; Juan Anún, un ex trabajador de LedesMa, quien no aportó datos sobre las causas y Jorgelina Díaz, esposa del policía sampedreño Narciso Santiesteban, víctima desaparecida de la causa Aragón. La mujer –en un conmovedor relato- dio detalles de todos los padecimientos que soportó tras la desaparición de su esposo, un joven policía que militaba en la JP y que, por los datos recabados hasta ahora, habría sido desaparecido por disposición del ex Tte. Bulgheroni.

Jorgelina Díaz, esposa del detenido desaparecido Narciso Santisteban “Chichi“, recordó que la última vez que vio a su marido fue en abril de 1977 cuando a él lo llamaron desde Libertador en forma urgente porque se había desbordado un río, él se despidió de sus dos hijos pequeños y de ella diciéndole “negrita yo no quiero ningún error”, y nunca más volvió.

Relató que al ver que su esposo no volvía se presenta en la Comisaría de Libertador General San Martín donde un oficial le dice que Santiestéban estaba detenido en la Central de Policía de San Salvador de Jujuy y que la detención se debía a una orden militar.

“En la central me atendió Jaig, me dijo que mi esposo estaba detenido incomunicado a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y que no iba a poder verlo hasta que haga los trámites correspondientes, pero nunca lo pude ver”, luego le informan a Jorgelina que su esposo había sido trasladado al Penal del Barrio Gorriti y que para verlo debía ir el día domingo.

La testigo contó que junto a su cuñada y sus dos hijos se presentaron en el penal el día domingo llevando comida y ropa para Narciso, “ese día fue bochornoso, porque los desnudaron a mis hijos, a mí y a mi cuñada, yo les dije que solo quería ver a mi marido y me dijeron que tenía que sacar una orden para verlo, les decía por favor déjenme pasar, aunque sea un momentito, pero nos tuvimos que volver”.

Después Jorgelina comenzó a recorrer el GAM 5 y el RIM 20 para poder conseguir la orden de visita, recordó que una oportunidad la atendió Bulgheroni quien le entrega un papel escrito a máquina donde decía que su marido había sido liberado a las tres de la tarde, y luego le dijo “debería dejarse de joder si no quiere correr la misma suerte de su marido, me dijo eso pero no le presté atención yo solo quería volver a mi casa con mi marido”, agregó Jorgelina, quien dijo haber visto en otras oportunidades a Bulgheroni pero nunca más la quiso recibir, ni darle noticias sobre “Chichí”.

La mujer relató que debía trabajar para criar a sus hijos, y que se le hacía difícil continuar la búsqueda: “hasta hoy miro los programas de televisión, cuando aparece mucha gente lo busco a él, no hay un lugar donde ponerle una flor, o decirles a mis hijos ahí está sepultado su papá. Hasta ahora espero. Yo quería que sea una pesadilla, que no haya pasado”.

“Me fui enterando cosas de a poco, después de 36 años, un vecino, Robustiano Ávila, que estuvo detenido en esa época, me contó que lo vio a Chichí detenido, mi esposo le dijo que estaba detenido por subversivo, y Robustiano le decía mirá como estás y Narciso le respondió: es porque me picanean todos los días”, relató consternada Jorgelina.

Luego, también narró que otro amigo, Enrique, que en esa época era el encargado de la limpieza de celdas en el penal, le contó que una noche lo llevaron a limpiar una habitación donde había mucha sangre, y que en la de al lado vio a “Chichí” al que lo escuchó gritar, y que quien lo golpeaba le decía “hablá, vamos a traer a tu mamá, a tus hijos y les va a pasar lo mismo”, y que Narciso no contestaba.

Jorgelina expresó que junto a su marido eran jóvenes con muchos sueños, y que a él no le gustaba trabajar en la policía, que lo hacía por necesidad. “Los jóvenes se reunían en mi casa, compartíamos los sueños que teníamos, no eran belicosos ni malintencionados, tenían un pensamiento diferente”.

“Luego de lo que pasó no volví nunca más a Ledesma, la gente en el barrio no me hablaba, no me miraba. Y este año, el 24 de marzo, Juan Meccia me dijo que estuvo detenido con Narciso, que lo vio”, concluyó Jorgelina.

Causa Aragón: relato de un sobreviviente
La jornada comenzó con el testimonio de Patricio Vidal Lazarte, la única víctima sobreviviente de la causa Aragón y otros, donde se encuentra imputado José Eduardo Bulgheroni. Lazarte compareció vía teleconferencia, desde el Consejo de la Magistratura en Capital Federal, donde además esta semana estuvo la doctora  Fátima Ruiz López, miembro suplente del Tribunal.
Vidal Lazarte estuvo afiliado al Partido Comunista, fue secuestrado el 3 de enero de 1977, en horas de la madrugada, de su casa en Ingenio La Esperanza. El operativo estuvo a cargo de personal civil armado. Fue trasladado a la Comisaría de La Esperanza, donde permaneció atado de pies y manos. Luego fue llevado a la Seccional 9na de San Pedro y sometido a sesiones de torturas, algunas en sede policial, otras en un lugar cercano a un río. El testigo que siempre permaneció vendado pudo identificar el lugar por los ruidos del agua y de las piedras. En una de esas sesiones –donde le pedían su “nombre de guerrillero”- padeció un simulacro de fusilamiento.
“Tenía miedo, no entendía por qué me trataban así. Me preguntaban cosas políticas” relató y señaló que luego de estos episodios fue trasladado a la capital jujeña. Uno de los guardias que acompañó su traslado le advirtió entonces “algo vas a tener que confesar porque si no te van a torturar más”.
Estuvo detenido en la Central de Policía de San Salvador de Jujuy. Allí pudo ver -durante una golpiza donde se le corrieron las vendas- a un “señor con la cara quemada”, a quien más adelante identificó como Jaig. “Me dolía todo el cuerpo, había llegado en la mañana y eran las 4 de la tarde y seguían golpeándome” recordó y acotó que entonces un policía joven le acercó “una declaración para que firme, donde pusieron lo que ellos quisieron. Firmé como estaba, para no provocar, tenía miedo”.
De la Central de Policía –donde estuvo alrededor de 2 días- fue llevado al Penal de Gorriti donde estuvo alrededor de 18 meses. Recién a los tres meses de su detención es puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.
En el Penal, relató, recibía junto a otros presos, visitas periódicas del teniente José E. Bulgheroni. Entre los detenidos entonces mencionó al doctor Ricardo Ovando, al doctor Carlos Cardozo, a un dirigente obrero de apellido Vega y a Rosa Santos Mamaní.
“Una vez me amenazó de muerte, me reí pensaba que era una broma”, dijo Lazarte quien señaló que insistentemente trató de explicarle a Bulgheroni su situación, pero no fue escuchado. “Calláte porque si no vas a desaparecer”, recordó Lazarte que dijo entonces Bulgheroni.
Recordó a Bulgheroni como “un tipo petulante, con la cabeza erguida que nos miraba desde arriba. Nos daba unas sanatas y no decía nada. Nosotros queríamos saber sobre nuestra situación, cuándo nos iban a liberar”.
El testigo víctima, también  buscó la asistencia del Obispo de Jujuy Miguel Medina. “No,  vos sos comunista” le respondió el cura.
También relató que la Cruz Roja visitó el penal para entrevistar a los presos. En esa oportunidad, antes de ser entrevistado por la gente de la Cruz Roja, Lazarte, fue nuevamente amenazado por Bulgheroni y sus secuaces que vigilaban ese suceso bajo una mirada atenta. “Tené cuidado con lo que vas a decir. Vaya con Dios” le dijeron irónicamente.
Narró el testigo que en la cárcel de Gorriti los presos eran sometidos a requisas periódicas y reveló que en las noches se escuchaba que “sacaban a algunos y después las celdas quedaban vacías”.
18 meses después de su ingreso a Gorriti, en junio de 1978, fue conducido junto a otros presos al Regimiento 20, intuían que iban a ser liberados. En el grupo que fue trasladado al RIM 20 se encontraban también Rosa Santos Mamaní (detenido desaparecido de Tumbaya, en la causa Galeán y otros), Vega y dos hermanos de apellido Sanabria.
Lazarte afirmó que allí en forma individual se fueron entrevistando con Bulgheroni. “Mamaní salió llorando porque le dijeron que si no confesaba le iba a pasar lo mismo que a los otros y no le iban a dar la libertad”, contó Lazarte y aseguró que el resto de los presos recuperaron su libertad, menos Rosa Santos Mamaní que continúa actualmente detenido desaparecido. Lazarte escuchó cuando un militar le dijo a Mamaní “usted se queda”.
Tras estos sucesos, Vidal Lazarte regresó a San Pedro. “Tuve que irme de San Pedro me dijeron que era conveniente que me fuera” narró.

El testimonio de Nelly del Valle Márquez

El segundo testimonio –convocado por la Fiscalía en el marco de la causa Luis Aredez y otros, donde se encuentra imputado Antonio Vargas- fue el de Nelly del Valle Márquez, prima hermana de Olga Márquez de Aredez.
La testigo fue compañera de Olga durante su larga enfermedad. Estuvo con ella en Buenos Aires y después por su solicitud, se trasladó hasta Libertador, a donde insistía en retornar, no obstante las dolencias.
“Durante ese lapso me ha contado muchas cosas, hizo catarsis conmigo”, dijo la testigo y recordó que Olga le había contado que Luis Arédez trabajaba para el Ingenio Ledesma, pero había tenido problemas con la empresa a raíz de la medicación que recetaba y que enojaba a los directivos de Ledesma, porque era onerosa.  Aredez “no quiso acatar las órdenes y ahí comenzaron los problemas”. Tiempo después se produjo su primer secuestro. “Cuando volvió de esa primer detención, estaba anímicamente muy mal, no era el mismo, le habían sacado su personalidad”, dijo Nelly del Valle Márquez.
También recordó que Olga le había relatado las torturas psicológicas que padecía en Ledesma. “Cuando ella volvía de Buenos Aires encontraba todo en orden, pero la computadora, el lavarropa, la heladera, todo estaba descompuesto”.
Nelly Márquez relató que le sugirió a Olga que se fuera de esa ciudad, pero ella no quiso. “No quería, decía que esa era su casa y quería saber que había pasado con su marido”.
Durante su esa estadía en Libertador – en septiembre de 2004- Nelly conoció a Alfredo Tapia con quien trabó una amistad. Un día en la casa de este, llegó una persona a la que apodaban “El turco”. Cuando este supo que Nelly era cuñada de Aredez le dijo: “Le cuento a usted porque su prima no me quiso recibir. Yo sabía que iban a secuestrar a Aredez. Se lo había dicho. Le había dicho que se vaya de Ledesma por un tiempo, porque estaba en la lista”, afirmó. Ante esto Aredez le respondió  “no voy a irme, no tengo por qué, no hice nada”.
“El turco” – durante el encuentro- afirmó la testigo, dijo que le había advertido  a otra gente que se fuera y esas personas hoy estaban vivas y habían podido volver a Libertador. “El Doctor Aredez fue un cabezón, un caprichoso, un tonto y ahora está muerto” acotó “El Turco”.
Ante la consulta de la testigo, esta persona le narró que “a Aredez lo levantaron en una camioneta de Ledesma, lo llevaron atrás del Ingenio donde hay unos cañaverales altos, lo hicieron arrodillar y le metieron dos tiros en la nuca. Yo creo que lo enterraron vivo, ahí mismo. Está enterrado al fondo del ingenio”.
Nelly Márquez dijo que le solicitó a “El turco” que la llevara al lugar donde lo habían enterrado, pero este se negó expresando “para qué si la Doctora no quiere escuchar”.
Después de este episodio, Nelly regresó a la casa de Olga, le contó lo sucedido con “El turco” y Olga muy asustada, le pidió que se fuera de Libertador, que se cuidara, porque temía por su vida. “Estaba muerta de miedo” dijo la testigo y resaltó que pudo comprobar entonces el trabajo psicológico que le hacían a Olga. Al respecto, recordó también que una vez al volver  de San Salvador “la casa estaba ordenada pero los aparatos no funcionaban”, tal como lo había descripto anteriormente Olga.  Pero además, dijo que en Libertador, cuando conocían su vinculación con Aredez, “nadie quería hablar conmigo”.

domingo, 16 de septiembre de 2012

“Me obligaron a renunciar en la cárcel”

 El testimonio de un médico que trabajó en el hospital del Talar del Ingenio Ledesma.

Miguel Angel Vadamar fue secuestrado en Jujuy, voló vendado y atado en el piso de un avión a la Unidad 9 de La Plata. El 16 de mayo de 1979 una escribana de la empresa Ledesma lo visitó en la cárcel en compañía de dos militares y lo obligó a firmar su renuncia.

 Por Alejandra Dandan

Miguel Angel Vadamar trabajó de médico pediatra en el hospital del Talar del Ingenio Ledesma en 1978. Lo secuestraron al final de ese año, estuvo desaparecido en Jujuy, voló vendado y atado en el piso de un avión a la Unidad 9 de La Plata. El 16 de mayo de 1979 una escribana de la empresa Ledesma lo visitó en la cárcel en compañía de dos militares y un hombre del Servicio Penitenciario. Lo obligó a firmar “su renuncia indeclinable” al puesto de “médico pediatra de la Administración del Ingenio Ledesma”. Esa historia quedó dormida hasta que las imágenes del juicio de Jujuy la despertaron. Los datos quedaron documentados en papeles que guardó la familia. Miguel Angel declaró en Santa Fe, donde vive, y su relato acaba de pasar a la Justicia federal jujeña. Para el fiscal Pablo Pelazzo es uno de los testimonios más importantes de la causa al Ingenio Ledesma.

Fiscales y especialistas laborales creen que la escena de la escribana –y por extensión la de la empresa– configura la figura extorsiva por la falta de libertad de acción de la víctima. Consultados por Página/12, compararon la situación con los empresarios obligados a firmar trasferencias de activos mientras estuvieron secuestrados. O los detenidos-desaparecidos obligados a firmar ventas fraguadas de sus bienes.

–¿Cómo llegó a trabajar al Ingenio?

–Yo soy de Santa Fe. Me fui a estudiar medicina a Córdoba, empiezo a militar en el ’73 aproximadamente, en la parte estudiantil. En el ’75, sin saber qué pasaba, empiezo a no tener más contacto con mis compañeros, y releyendo la historia me doy cuenta de cómo fue.

–¿En ese momento no se daban cuenta?

–No. Empecé a desconectarme. Dejé un poco el estudio, y en 1975 con todo el miedo del mundo empiezo a averiguar cómo hacer para seguir, porque para rendir materias en Córdoba, por cada una, teníamos que presentar certificados de buena conducta. La cuestión es que me animo, me dan el certificado y retomo los estudios. Me recibo en marzo del ’78. Yo trabajaba en la construcción y en una playa de estacionamiento del centro. Es ahí cuando conozco a un brigadier que guardaba su auto en la playa. Tenía una cochera y siempre me veía estudiar en la casilla del trabajo. Un día me dice que cuando me reciba le avise. El brigadier se llamaba Rafael Gandolfo. Cuando terminé, le comenté que me había recibido y me dijo: “¿Quiere ir a trabajar al Ingenio Ledesma?”. Yo ya tenía dos hijos y lo que venía de trabajo, lo agarraba.

–¿Qué pasó después?

–Se hizo el contrato a partir de este militar. Se ve que lo arregló todo por teléfono. Llegué mas o menos en agosto de 1978 a trabajar para Ledesma. En ese momento el Ingenio tenía tres hospitales. Uno en la fábrica de papel, alcohol y azúcar en el pueblo Libertador General San Martín; otro en Calilegua, a seis kilómetros, y un hospitalito que estaba a unos 40 o 50 kilómetros hacia Bolivia, en el pueblo del Talar. Me destinan ahí.

–¿Cómo era el trabajo?

–Es un pueblo muy chiquito, lleno de personas, sobre todo de zafreros de Bolivia, de Jujuy y un almacén de ramos generales, era muy poquita la cosa. Mi trabajo era ir todos los días al hospital. Hacer consultorio y atender lo que había que atender. Ahí aprendí a hacer pediatría, hice mis primeras armas en la medicina, veía cómo se moría la pobre gente en la zafra con las picaduras de víboras, he aprendido de todo. Nos trasladaban en camionetas porque la gente vivía en casillas que eran como trenes, en condiciones infrahumanas. La vida de pueblo me gustaba, trataba mucho con la gente. Un día viene la empresa y me da una orden de sacar una cédula de la Policía de la Provincia, y cuando lo hago salta una orden de captura. Ahí es cuando me detienen. Según averigüé después, me saltó la orden porque hacía tiempo había ido a visitar a un amigo a la cárcel de Coronda. Nos detuvieron a mí y a mi esposa.

–¿Cómo fue?

–Me hacen ir a la comisaría. Ahí veo los Falcon, veo camionetas del Ingenio, yo las conocía bien. Estábamos en la comisaría del Talar. Yo era muy respetado por el comisario por ser médico del pueblo, pero ya había unos tipos grandotes con armas largas y me dice: “Discúlpeme, doctor, pero está detenido”. Quedo en manos de otras personas, que empiezan a tratarme mal, me vendan, me llevan a los sopapos hasta los autos, me meten en uno. Después me entero de que otro grupo fue a mi casa, revolvió todo, estaban los chicos presentes. Estaba mi esposa, y antes de que se la lleven a ella les pidió dejar una valija con ropa para los chicos. Nos llevan a nosotros en autos diferentes. En ese momento nos imaginamos que nos mataban. A mí me depositan en un lugar que nunca supe qué fue. Pudo haber sido la Jefatura de Policía en San Salvador, pero estábamos en un pabellón en el que después me entero de que también estaba mi esposa, estuvimos como tres meses incomunicados.

–¿Sería la cárcel de Gorriti?

–La verdad, no sé. Como al mes de estar ahí me enfermo de una infección urinaria, tenía fiebre. Había un teniente que casi seguro es (José) Bulgheroni, me visitaba dos o tres veces a la semana y me mataba a palos. Un día aparece el obispo (José Miguel) Medina con una cruz de oro grandísima y me hace miércoles, verbalmente. Me trata mal, me dice que confiese todo... Yo lloraba. Lloraba porque cuando veo pasar una sotana –ahora soy ateo– me dije: un ser humano que aparece, me puedo descargar. Pero no. Me retó de arriba abajo, me insultó, me dijo que colabore con Dios, con la patria y con los militares, que cuente todo lo que yo sabía porque soy “un inmundo guerrillero”, una cosa así. Estuvo cinco minutos, y se fue. Después llega un traslado. Los traslados eran fuertes, violentos... Me llevan en avión. Me suben vendado, ahí viajé en el piso, esposado y acostado. Caigo en La Plata y de ahí a Rawson. Y en Rawson de nuevo a La Plata y me liberan en el ’80. Estuve casi todo el ’79 y ’80 detenido. Con la declaración, presenté todos los papeles que me parecían más importantes. En mis manos tengo la renuncia original.

–¿Cómo fue ese momento?

–Ya le digo la fecha ...(busca el papel): “El 16 de mayo de 1979”. Me sacan del pabellón y me llevan a una parte administrativa y ahí estaban esperándome. Dos militares, alguien del Servicio Penitenciario que por las insignias parecía de alta graduación, y la escribana Delia Benigna Anguis. Yo estaba esposado y todo lo demás y me obligan a firmar ese papel. Primero habló el del Servicio Penitenciario. Me dijo: “Acá vienen estos señores” y me dijo que yo tenía que firmar unos papeles. Trae mi Libreta de Enrolamiento. Habla la escribana y los dos militares me dan la orden: “Tiene que firmar la renuncia, sí o sí, así terminamos rápido”. Me hacen un acta muy modesta en la que digo: “Presento la renuncia indeclinable como médico pediatra de la Administración del Ingenio Ledesma”. Firmo yo y la escribana (ver imagen).

–¿Por qué una renuncia?

–La empresa necesitaba que yo me desligara de ellos, pienso. Uno no sabe si fue un acto inteligente, hacerme firmar, porque me podrían haber echado. Al faltar al trabajo, ellos podrían haberse lavado las manos...

–¿Usted pudo decir algo?

–Bueno, imaginate cómo es esa situación: un tipo detenido, que está esposado. Mucha alternativa no tenía. Los militares acompañaron a la escribana. En el texto, yo presento mi renuncia indeclinable al cargo de pediatra, porque allá me estaba dedicando más a la pediatría. El acta dice: “Firmo la presente en la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, a los 16 días del mes de mayo de 1979”. Abajo la escribana escribió un “conste” y certifica que la firma es mía, mi número de libreta...

–¿Ella le dijo algo más?

–No mucho, me dijo: “Dada la situación, usted tiene que ir a firmar eso. Me manda la empresa”. Eso solo, estuvo más suave que los otros. Fue muy cortito, no tuve mucho que hablar.
Retrocediendo un poco

–¿Por qué la empresa le pidió un documento de Jujuy?

–Era una cédula de Jujuy. Yo lo tomé como algo natural. Como un trámite más. Pero fue necesario eso para que venga después la detención. A lo mejor ellos sabían algo y me hicieron hacer ese trámite.

–En la comisaría del Talar, usted habla de camionetas de Ledesma. A usted se lo llevan en coches. ¿Por qué están ahí entonces?

–Porque Ledesma es el pueblo, el pueblo es Ledesma. ¿Cómo te puedo decir? Es tan poderoso que no pasa nada si no es de Ledesma, el hospital, todo pasa por ahí. Hay que meterse en un pueblito muy chiquitito del interior, lejano, donde todo es del patrón, es el que les da de comer. Para todos los empleados era así, también el almacén que daba los bonos para comprar la mercadería. Todo era de Ledesma.

–Lo del brigadier, ¿por qué fue tan rápido?

–Yo también me pregunté eso. Pero creo que era porque tenía amigos en el directorio. El directorio tenía militares, uno de los que más se nombraban era (Alcides) López Aufranc.

–¿Qué pasó con sus hijos?

–Tengo un relato de un tío y de mi padre, que son los que se movieron esos días. A los chicos los tuvieron otros médicos del Talar, uno de apellido Ferro que ojalá lo pueda localizar para agradecerle algún día. Ellos se ponen en contacto con mi tío. Mi señora había alcanzado a darles un teléfono en Salta. Después Ferro tiene que renunciar a la empresa, lo obligaron a renunciar también. A los chicos los llevaron con la ropa que había dejado Diana y de Salta mi padre los trajo a Santa Fe. Pablo se cría con mis padres, y Alfredo con los abuelos maternos. Diana salió en el mismo momento que yo. Después nació nuestro tercer hijo, y después nos divorciamos. Ella borró todo, no quiere saber nada de nada. Yo me movilicé cuando leí las noticias de Ledesma, cuando empiezan los juicios en Jujuy, francamente me empecé a sentir mal, me vi diciendo: “Yo no puedo estar borrado en esto”.

–¿Qué escena le llamó mas la atención cuando decidió contar todo?

–Me movilizó la bronca de lo que vivieron mis hijos. Lo de uno, uno asume la responsabilidad, no me arrepiento de lo que uno hizo como joven, pero no los chicos. Eso me parece que es lo más importante. Pienso en toda la gente que no está y la que está y ha sufrido. Lo mío, no; me siento entero, me siento bien y si hubo que pagar y me tocó eso, ya está. Pero creo que tengo que ayudar un poco ahora, medio tarde quizá.
El acta de renuncia que Miguel Angel Vadamar firmó en la cárcel.